Capitulo 1 - Encontrados

El ser humano es un animal de costumbres. Lo extraño y nuevo, ya sea bueno o malo, genera un rechazo inmediato cuando se infiltra en nuestras vidas. Esta actitud frecuente en todos nosotros ha retrasado la evolución humana e incluso impedido el avance del desarrollo de la especie. ¿Pasará lo mismo esta vez? ¿Podrán tolerar los humanos el cambio que van a sufrir?

12 de Marzo de 1990.
En una universidad de Boston una alumna, que asistía a su segunda clase de latín, se levantó de su asiento porque tenía un terrible dolor de cabeza.
_ Charlie, ¿estás bien? _ le preguntó una de sus compañeras.
_ Es sólo una jaqueca, Pamela. Voy al baño a despejarme un rato y vuelvo en unos minutos. _ respondió Charlie a su compañera de cuarto mientras tomaba su bolso.
_ Te vas a perder algo de la clase. Después te presto mis apuntes. _ le ofreció amablemente su amiga.
_ No te preocupes. Por alguna extraña razón estoy entendiendo bastante del dialecto de los romanos, a pesar de que nunca lo había estudiado en mi vida. Solamente leí un par de hojas del libro de práctica y entendí…
_ ¡Señoritas! Están interrumpiendo el transcurso de la clase. _ interrumpió el profesor Simball.
Jack Simball era el profesor de latín de toda la universidad. A pesar de su aspecto cálido y amable, odiaba que interrumpan su clase. Charlie solo lo había visto dos veces en su vida y ya le había tomado cariño.
Cuando la chica se miró en el espejo del baño, notó que sus muchas pecas y su cabello colorado resaltaban aún más con su rostro pálido. Desde hacía ya varias semanas la migraña era algo de todos los días. Cuando lo consultó previamente con Pamela, esta respondió que seguramente era consecuencia del estudio. Pero Charlie no había estudiado tanto aquel cuatrimestre. Con sólo asistir a clases le bastaba para entender el tema dictado y aprobar los exámenes.
_ Charlie, ¿estás ahí? _ la voz de su amiga la trajo de nuevo a la realidad.
_ Sí, estoy acá. Enseguida salgo.
La pelirroja abrió la puerta del baño y encontró a su compañera con todas sus cosas. Pamela Kirbins había sido su compañera de cuarto desde que se mudó a la universidad. Ambas se llevaban muy bien y habían construido un fuerte lazo de amistad. Pamela era unos meses menor que Charlie, pero no lo aparentaba. Su rubia cabellera y su alta estatura ayudaban a disimular su edad. Además sabía utilizar su belleza física para obtener ventajas sobre los demás, cosa que Charlie no compartía pero aceptaba.
_ Estuviste ahí dentro un siglo. _ comentó su amiga aliviada por haberla encontrado.
_ ¿Ya terminó la clase?
_ Sí, señorita Sanders. _ era el profesor Simball que salía del baño de caballeros que estaba junto al de damas. _ ¿Se encuentra usted bien?
_ Me duele un poco la cabeza. _ comentó la muchacha algo nerviosa esquivando la mirada del profesor. Se concentró en los libros que llevaba Simball y de inmediato decidió cambiar de tema. Señalo uno que tenía su título en latín y dijo: _ Veo que está leyendo “La Divina Comedia”. Excelente libro.
_ Sí, un libro muy entretenido. Veo que sabe latín, Sanders.
_ No, me ayudó leer un poco del libro de práctica que usted nos dio. Además ya lo he resuelto.
_ Interesante. Estamos frente a una estudiante prodigio.
_ En realidad siempre fui una alumna normal. Pero este año algo cambió. Siento mi mente como un gran archivador donde se guarda todo lo que aprendo y no se me olvida.
Durante aquel relato el humor del profesor cambió notablemente. Ya no se encontraba vivaz y alegre, sino alarmado y nervioso.
_ ¿Dices que esto te ocurrió de un día para otro?
_ Sí. En realidad, mi madre me contó que de chica recordaba todas las melodías que escuchaba. Pero para la música siempre tuve facilidad.
_ Señorita Sanders, acompáñeme a mi oficina. _ ordenó Simball mientras se ponía en marcha.
Charlie, sin dejar de sorprenderse, saludó a su amiga y siguió al profesor. Cuando llegaron al despacho, Simball le ofreció la silla que estaba delante del escritorio mientras él se sentaba en el que estaba detrás. A continuación abrió “La Divina Comedia” y le dijo:
_ Lea, por favor.
Charlie no dudó en hacerlo, ya que el profesor parecía muy nervioso como para negarse. Aunque su nivel de latín era casi nulo, los símbolos impresos en el libro cobraron sentido.
_ ¡Bravo, señorita Sanders! No puedo creerlo, encontré a otra.
_ ¿Otra? Ya entiendo. Si lo que usted quiere es una ayudante de cátedra olvídelo. Es mi segundo año en la universidad y no quiero llenar mis horarios con actividades extras.
_ No es eso. No entiende. Eso que hizo es un don.
_ Creo que exagera, señor. Sólo tengo facilidad para el latín.
_ Necesita otra prueba. A ver… _ el profesor comenzó a buscar en sus cajones hasta que, con un alarido de victoria, colocó sobre el escritorio un mapa de los Estados Unidos con todas sus autopistas, rutas y caminos. _ Mírelo treinta segundos y concéntrese.
La muchacha observó el mapa con atención, buscaba alguna anormalidad, ya que no entendía por qué debía mirarlo. Después de un tiempo Simball quitó el mapa de la vista de Charlie.
_ Dime el camino más corto para llegar a Nueva York desde Las Vegas. _ preguntó el profesor con una gran sonrisa.
_ No puedo contestar eso, sólo vi el mapa unos pocos… _ Charlie se interrumpió al notar que algo extraño sucedía en su mente.
El mapa que antes había visto se dibujo exactamente igual en su imaginación. Contesto a la pregunta y Jack saltó de la silla de la alegría.
_ ¡Sabía que no me equivocaba! _ festejó el profesor.
_ ¿Cómo es posible? _ preguntó Charlie sin comprender cómo lo había conseguido.
_ No sé por qué, ni cuándo, ni dónde. Pero conocí a otros como vos.
_ ¿Otros como yo?
_ Sí, con poderes. _ Jack Simball ya no sonreía ni festejaba. _ Uno de ellos era mi hija. Los otros dos fueron quienes se la llevaron. Pero ahora te encontré a vos y me ayudarás a encontrarla.